jueves, 3 de abril de 2014

¿Saldrías con él?-Capítulo 4

Nueva mirada
Candelaria recibió un mensaje de texto en su móvil y al instante en que lo vio, su sonrisa se borró. Nuevamente era su madre con sus problemas. Esperó a que todos se fueran de la universidad para quedarse sola en el gimnasio. Se apoyó en la pared y dejó su mochila en el piso. Lloró como nunca antes.
Franco salía del baño, notó que estaba todo vacío, y cuando pasó por el gimnasio, oyó sollozos, advirtió que eran de una chica. Alarmado, se dirigió a ver qué pasaba. Sigilosamente, abrió la puerta y vio a Candelaria derramando lágrimas, jamás se le hubiera ocurrido que era ella. La chica no se había dado cuenta, miró al suelo y cuando alzó la vista, lo vio allí parado, callado, sin saber qué hacer. Violentamente, tomó su mochila, se secó las lágrimas y volvió a su papel de ruda. Luego salió por la puerta trasera del gimnasio. Él se quedó intrigado por saber qué le pasaba, pero volvió a su camino. Al salir por la puerta de la universidad, la divisó yéndose hacia el lado opuesto por el que él volvía a su casa. Sin más, se fue hacia donde debía ir, pero al cabo de unos pasos, la culpa lo hizo volverse y perseguir a Candelaria. Como estaba un poco lejos, corrió. Antes de que ella volteara para ver de quién provenían aquellos pasos que oía, él la tomó de la mano. Ella se dio vuelta y lo vio, extrañada.
-Si venís a amenazarme con contarle a todo el mundo que me viste llorar, despreocupate, no me importa.-dijo ella dándose vuelta e intentando zafarse de la mano de Franco, que le agarraba el puñó del suéter blanco de lana de llama.
-No vengo a hacer eso.-le dijo él.
-¿Ah, no? ¿Y entonces qué?
-Quiero saber que te pasa. Y ya sé que es raro que yo te lo pregunte, pero en serio, me gustaría entender.
Ella se sorprendió más que nunca y se quedó muda.
-Soy el menos indicado para preguntarte por tu estado de ánimo, pero capaz eso mejore nuestra relación de enemigos para siempre...¿no?
Candelaria no pudo evitar sonreírse.
-Bueno. Puede ser. Pero igual, si quiero compartirlo con vos, será en otro momento, ahora me tengo que ir.
-Bueno...Pero si necesitás algo avisame, en serio, soy una buena persona en el fondo.
-Capaz...
Él soltó la manga de Candelaria y se dio la vuelta para irse. Ella siguió su camino con una sonrisa, hasta que ésta se fue cuando llegó a su casa. El silencio ancestral la invadió por completo. Cruzó el pasillo que llevaba a las habitaciones y por el rabillo del ojo vio a su madre sentada en su cama, dándole la espalda. Dejó su mochila en el piso de su habitación y fue a ver a su mamá.
-¿Lo de siempre?-preguntó ella con la voz quebrada.
-Sí.-dijo su madre entre lágrimas.
Candelaria la abrazó un buen rato hasta que ambas sintieron el ruido de la puerta abrirse y su madre la apuró para que se fuera a su cuarto. La chica ya sabía lo que iba a pasar. Oyó el ruido del portafolio de su padre cayendo al piso, los quejidos del hombre y luego la peor parte: el momento en que se encuentra con su mamá.
-¿No hiciste la comida?-pregunta él.
-No tuve tiempo...Sabés que llego tarde del...-la mujer no pudo terminar la frase.
Una palmada se oyó, seguida de un chillido agudo. Candelaria, que escuchaba desde su habitación, cerró los ojos al escucharlo todo y se deslizó hasta caer en el piso y romper a llorar. Su padre golpeaba a su madre todos los días. Y a ella también, a menos que no se entrometiera. Tenía miedo de pedir ayuda, nadie sabía de sus problemas, ni siquiera sus mejores amigas. Se puso los auriculares para aislarse del mundo, pero no aguantó ni dos minutos. Se los quitó y escuchó a su padre gritar cada vez más fuerte, estaba dándole una paliza a su madre. Con los ojos envueltos en lágrimas, tiró su celular a la cama y salió corriendo de su cuarto, de su casa. Corrió sin saber hacia dónde iba, más bien, sí que lo sabía...Quería encontrar a Franco y decirle todo lo que le estaba sucediendo, quería su ayuda. Fue hasta la universidad, pero él no se hallaba allí. Se vio desentendida, sin saber qué hacer, hasta que recordó la vez en que él la besó en su casa, recordó la dirección, la forma de llegar, y rogó que siguiera viviendo allí. Siguió corriendo hasta que se encontró con esa calle y con esa casa. Estaba en el patio delantero y no sabía si tocar la puerta o no, era demasiado orgullosa como para aparecerse en la casa de Franco para pedirle consuelo y ayuda. Pero llamar a la puerta no fue necesario, ya que él la abrió y le hizo un ademán de que entrara a Candelaria. La chica tuvo el impulso de abrazarlo...y lo hizo. Él se sorprendió, pero le devolvió el abrazo y la calmó.
-Así que decidiste contarme.-dijo él.
-Sí...-asintió ella.
-No tengas miedo.
-Mi papá...mi papá le pega a mi mamá. Y a mí.
Franco se quedó sin habla.
-Desde que soy chiquita. Él le reclamaba todo y si no hacía lo que él quería, le pegaba una cachetada. Y fue haciéndose cada vez peor. Tenemos miedo de llamar a alguien que nos ayude...Mi papá nos amenaza y no nos animamos. No recurrí nunca a nadie, no se lo conté a nadie. Solo a vos, porque me viste llorar...Ah y...soy así, violenta, agresiva, malhumorada, con los hombres, porque tengo miedo. Tengo miedo de terminar como mi mamá.
Entonces él entendió todo. Las cachetadas, el odio de siempre, la mala onda. Era miedo.
-¿Miedo? Bueno, podés estar segura de que yo nunca te haría nada...Ni a vos ni a ninguna otra mujer.
Ella pudo sonreír. Nunca se había acercado tanto a ningún chico. Realmente le daban mucho miedo. Que uno de ellos le dijera eso, la tranquilizaba bastante.
-Estoy segura de que no, pero necesito que me ayudes.
-¿Querés que llame?
Asintió repetidamente y lloró.
Él marcó un número que tenían para ayudar a las mujeres que sufrían de violencia de género y avisó. Hizo la denuncia. Un poco de calma ingresó en el ser de Candelaria.
-Gracias, muchas gracias.-dijo ella secándose las lágrimas.
-De nada. Contá conmigo.
-Tengo miedo de volver a mi casa...-dijo ella.
-No tengas miedo. Te llevo, es tarde.
Ella aceptó y él la llevó. La acompañó hasta la puerta y se despidieron.
-De nuevo, gracias.
-¿Segura de que no va a pasar nada con tu papá?
-Segura. Él vuelve de trabajar a la tarde y se va a la noche de nuevo. No va a estar.
-Bueno. Te veo mañana.
-Sí.-dijo ella.
Luego cerró la puerta y se quedó allí, pensando en que le gustaría que él la acompañara esa noche, simplemente para sentirse protegida. Estaba a punto de ir a su habitación cuando alguien golpeó la puerta. El miedo reinaba en su interior, pensando en que encontraría a su padre furioso que venía a golpearla a ella y a su madre, pero en vez de eso, encontró a Franco, con su resplandeciente sonrisa de siempre.
-No creo que quieras quedarte sola, ¿verdad?-dijo él.
¿Cómo lo supo?
Lo hizo pasar y esa noche se quedó con ella.
-Insisto. ¿Cómo fue que adivinaste que no quería quedarme sola?
-Creo que lo intuí. Además yo tampoco quería dejarte sola...
-Gracias por todo, Franco.

♥ La Anónima.



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